jueves, noviembre 11, 2010

La tetrarquia política de Diocleciano y el triunfo de Constantino

La tetrarquía política formulada durante los finales años del siglo III por Diocleciano, surgió en un primer momento como apoyo a la estabilidad del imperio, dada la imposibilidad, derivada de la extensión del mismo, de mantener el orden en su oriente y occidente. En abril del 286 Diocleciano proclama Augusto a Maximiano, y le encarga la defensa de occidente; esta original diarquía daría paso a una teología política, en la que cada Augusto era considerado descendiente de una divinidad específica: Diocleciano Ioius, descendiente de Júpiter y Maximiano Herculeus, descendiente de Hércules, ambos tenidos como hermanos, pero gradados en el orden jerárquico propia de los dioses que representaban.

Fue en marzo del 293, cuando se dio forma más acabada a esta idea, siendo nombrados Cesares , en Milan, Constancio, y en Nicomedia, Galerio, resultando cada uno de ellos hijo de su respectivo Augusto, relación fortalecida por la unión matrimonial con familiares de estos. Esta tensión política, originada por la visión particular de cada uno de los implicados, llevó a luchas internas y conspiraciones. Según Lactancio, Galerio resultó el más perverso de todos, ya que convenció a Diocleciano de emprender la gran persecución a los cristianos en el 303, al tiempo que conspiraba para obtener el poder derivado de los viejos Augustos (siempre confiando en que Constancio muriera pronto, como producto de la visible languidez física que lo aquejaba) y nombrar Cesares a conveniencia, que respondieran a su poder centralizado. El postrero triunfo de Constantino, nombrado emperador por las tropas de su padre al morir este en York (Galias), y la muerte entre tremendos dolores, peste, y putrefacción, del propio Galerio, arrepentido inútilmente en los momentos más difíciles de su raro padecimiento, tenido como castigo divino por aquellos que trataron de atenderle, resulta para Lactancio la muestra principal de la injerencia de Dios en la historia del mundo, que da paso a una nueva configuración del orbe, donde el cristianismo cobra el cabal lugar que le corresponde.

Lo promulgado en el Edicto de Milán por Constantino y Licinio, tras su triunfo sobre el resto de los disidentes[1] , pretendía dar al cristianismo el estatuto de regio licita, como un culto permitido al interior del imperio[2], esto a través de tres puntos:

  • Garantizar el derecho a los cristianos de profesar su fe, y desaparecer las incapacidades legales que se habían estado derivando de tal admisión, tales como la prohibición de ocupar cargos públicos, o la anulación de su derecho a tener posesiones.
  • Prohibición a terceros, de impedir a cualquiera el cumplimiento de sus obligaciones religiosas, al igual que la libertad de reunión y culto.
  • Además se emprendería la devolución de tierras y edificios confiscados durante la persecución.

Las condiciones estaban dadas para la libertad religiosa, y el gobierno por primera vez, adoptó una política de “neutralidad” con respecto a los asuntos de esa índole, separando la imposición de una adoración específica, de las actividades del Sacro Colegio encargado de los cultos emprendidos en el marco político y la reverencia casi-divina hacia los gobernantes. La verdadera incidencia de la conversión de Constantino, en el mundo clásico, comenzaba apenas a dibujarse.



[1] V. Lactancio. Sobre la muerte de los perseguidores. (18,1-24,8), para detalles acerca del desenvolvimientos histórico del proceso, que si bien se encuentra en esta fuente, ajustado al estilo literario del autor, permite una visión general del asunto.

[2] Charles Norris Cochrane. Cristianismo y cultura clásica; p. 180

2 comentarios:

JODIDOS (la minina y el sietemesino) dijo...

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Un saludo.

Tales de Mixcoac dijo...

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Ya me doy una vuelta por tu blog.

Saludos.