miércoles, febrero 20, 2008

Divagación sobre ética

Desde el momento de nacer, el individuo humano se expone a un mundo en el cual no podría sobrevivir sin el cuidado de los que le rodean. La situación de vulnerabilidad extrema está presente durante los primeros años, en los cuales el cerebro del niño no se ha desarrollado por completo; sus acciones responden a cierto accionar autómata que no se puede considerar producto de un libre albedrío, y están dirigidos a llamar la atención de sus progenitores –o quienes estén encargados de su cuidado- para que estos satisfagan las necesidades que por si mismos son incapaces de abrevar.

Hay un punto temporal localizado en la infancia, en el cual el niño comienza a tener conciencia de lo que le rodea. A partir de entonces la motivación de sus acciones es el deseo, producido tanto por necesidades como por ideas de índole secundaria.

Podemos ver a ese ser humano, moviéndose por el mundo con ayuda de una capacidad intelectual en desarrollo continuo, que corresponde a la principal diferencia entre el hombre y resto de los animales: la posibilidad de manipular detalladamente el entorno conforme a su voluntad.

Un ejemplo primitivo de esta capacidad está en el uso del berrinche como herramienta para obtener lo deseado; si cuando emplean una rabieta para alcanzar sus fines, esta les da resultado, no dudarán en hacer lo mismo en posteriores oportunidades. De la misma manera, cuando se encuentran frente a un sentimiento que los apremia por actuar de una manera insidiosa, o más abiertamente dañosa contra otra persona, y esto los libera del deseo sin encontrar repercusión alguna a su acto, optarán desde entonces por ejercer su voluntad desde la perspectiva autárquica que se han creado –ambas cosas son observables entre otras especies animales, pero estas no pasan de ese estado prístino en su acciones; la diferencia entre humanos y el resto de animales, es primordialmente de grado- .

El par de situaciones anteriores, construidas desde una perspectiva muy sencilla, alcanzan un mayor grado de complejidad conforme similarmente el cerebro llega a un desarrollo final de sus capacidades. Esto hace mucho más necesario el encontrar algo que frené el ejercicio ilimitado del accionar humano conforme a su deseo.

Debemos considerar que el hombre es un ser sumergido en una colectividad que lo define y guía en la construcción de un mundo. Esta no es sencillamente un agregado de individuos, si no, un entretejido de relaciones humanas que se van complementando para satisfacer las necesidades en el conjunto; Así, la normatividad que constriñe al individuo para mantener su conducta dentro del límite apropiado, es de primera necesidad para garantizar en la sociedad un funcionamiento próximo al unísono de sus partes móviles, evitando así fricciones que podrían repercutir en la no-sobrevivencia del grupo; basta ver como las diferencias ideológicas producen fracturas en la sociedad, y llevan a un estado de conflicto generalizado en el cual se pierden muchas vidas, además de verse comprometida la solventación de las necesidades humanas.

La conclusión visible en este punto, es que la éticidad es el contrapeso necesario a la capacidad intelectiva del hombre, para que la individualidad-egoísta que esta genera en alianza con las incontrolables pasiones, no lleve a la destrucción total del hombre por el hombre; Haría falta considerar otro punto de la cuestión, y es el referente a la normatividad actual que lleva a defender nociones como derechos humanos, y animales, lo cual parece ser la empleación de la capacidad ética –si el hombre puede crear una eticidad, es por que esta es una de sus capacidades naturales- cuando la vida y convivencia humana está considerablemente garantizada, pues resulta notable como dichos movimientos proceden de estratos humanos libres de conflictos; esto de modo análogo a como surge la cultura –artes, ciencia, …-.